Autor: Jaime Rodríguez, L.C.
Quien bien te quiere te hará llorar.
Te lo he dicho mil veces. -Pero mamá… -No hay “peros” -Déjame explicarte… -Te he dicho que un mes sin tele. Tú te lo has buscado.
Así se cierra la conversación entre nuestro protagonista Alfonso, que estudia 3º de ESO y su madre Conchi, que ya no sabe qué hacer. -Alfonso se merece eso y mucho más- comenta Conchi a su vecina-. -¿No te ha pasado? -¿Pasarme? Ayer estuvo la tarde entera viendo tele. Esta mañana me llama la profesora y me dice que no ha entregado los deberes. ¿Qué más puedo hacer, si en cuanto le doy un poco de confianza, me engaña tan tranquilo? -¿Y no es mucho un mes sin tele?
-La culpa es sólo suya: ya estaba castigado quince días por falsificar mi firma; ahora una semana más por no hacer los deberes y otra por dejar el cuarto tirado. Se va a pasar un mes sin tele. Verás como aprende y no me engaña más…
Como Conchi, son miles las madres de adolescentes que ya no pueden más, que no saben qué hacer, que han probado todo, por las buenas y por las malas: desde el psicólogo al internado, pasando por el premio de una moto, el viaje de fin de curso o la última video consola… ¿pueden los padres convertirse en policías? ¿funciona? Tratándose de adolescentes, una autoridad impuesta a la fuerza raramente funciona.
Lo que sus padres quieren por su bien y racionalmente es lo mejor, en la mente del adolescente no pasa de ser un capricho, molesto y sin razón de ser. ¿Qué es mejor, formar a los hijos por medio de la disciplina o dejar espacio a la autoconvicción? En realidad ambas son necesarias.
La primera debe conducir a la segunda. La palabra “disciplina” no gusta a nadie. Se escucha y trae a la mente a la Srta. Rothel Mayer; que no dejaba vivir feliz a Heidi; oímos “disciplina” y recordamos los castigos de los colegios de hace unas décadas; las normas que nadie nos explicó, pero que no nos atrevíamos a discutir.
Más allá de las connotaciones negativas que puedan acompañar a esta palabra, tratándose de formación de adolescentes la disciplina es un medio necesario. La historia enseña que el desorden y la indisciplina destruyen las sociedades, desmorona los imperios, arruinan los negocios.
Una persona sin disciplina sufre en su trabajo porque es víctima de mil encargos urgentes e inaplazables, tiene tantas cosas pendientes que empieza todo pero no termina nada.
Un adolescente sin disciplina es un continuo dolor de cabeza para sus padres, es causa de discusiones interminables, castigos sobre castigos y propósitos sin cumplir.
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