Por Ylonka Nacidit-Perdomo.

He escuchado decir, reiteradamente, que el pueblo dominicano tiene una historia atormentada. Quizás esta angustiosa frase provenga de una percepción colectiva de que nuestra nación, constituida en un cuerpo de ciudadanos electores, ha participado en pocos procesos democráticos, y que aún está pendiente realizar el anhelo de la libertad con justicia social.
Leo, escucho, que actualmente vivimos la amenaza de la ingobernabilidad; que aumentan los desocupados o subempleados y la inequidades sociales. Recordemos que la nuestra no es una sociedad acostumbrada a la autoindulgencia; se conocen nuestros problemas, pero los mismos no tienen soluciones, o se demora en concertar sus soluciones; perdemos la “batalla” ante la disminución de la pobreza, y el punto crítico hoy, además, es la inseguridad ciudadana.
¿Es cierto que hemos logrado la “estabilidad” política, que hemos cruzado el umbral del siglo XX con un crecimiento sostenido del PIB, que tenemos industrias y un flujo de inversión de capital extranjero? Pero no menos cierto es que vivimos entre dos extremos, entre dos contrastes: entre riqueza y pobreza, y decir pobreza es decir subyugación.
Del “progreso”se ha beneficiado una minoría dentro de una minoría ilustrada y no ilustrada, que ha dado como resultado el engendro de una criatura indetenible: la insatisfacción de las masas, que es decir, de la mayoría. Una criatura que sin importar los gobiernos de los dos últimos siglos, sigue viviendo un infortunio: la precariedad de vida.
Tal vez, es real que la lucha de clases, entendida como tradicionalmente nos enseña el materialismo histórico, ha vuelto a tomar terreno en la última década, siendo la ignorancia (una ignorancia inducida desde el Estado) no el analfabetismo per ser, la hiedra que no se ha podido vencer. El Estado en la imperfecta democracia dominicana sigue siendo el “padre protector” para “solucionar” los problemas de gobernabilidad que trae la desigualdad de clases, de poder y de género, con un telón de fondo: la creciente miseria de la condición humana.
Tal vez, es real que la lucha de clases, entendida como tradicionalmente nos enseña el materialismo histórico, ha vuelto a tomar terreno en la última década, siendo la ignorancia (una ignorancia inducida desde el Estado) no el analfabetismo per ser, la hiedra que no se ha podido vencer. El Estado en la imperfecta democracia dominicana sigue siendo el “padre protector” para “solucionar” los problemas de gobernabilidad que trae la desigualdad de clases, de poder y de género, con un telón de fondo: la creciente miseria de la condición humana.
Es cierto, es urgente la necesidad de que los ciudadanos tengan nuevas consignas de lucha, y que logren la adhesión de una mayoría pacifista para discutir las cuestiones políticas, económicas y sociales, de primer orden, las cuestiones éticas, de valores, ideológicas, que impulse que ese monstruo burocrático, llamado gobierno, se convierta en un ente co-gestor y facilitador del desarrollo con transparencia absoluta en los asuntos públicos.
Es posible –no lo niego- que ante las fracturas del destino, las trampas de la “igualdad”,el derrumbe de los mitos contemporáneos, así como de la ausencia de partidos con una mística de valores que no sea anquilosar de manera aberrante la voluntad general del pueblo, que entrado el siglo XXI sea necesario un proceso revolucionario que impulse y fortalezca la rebeldía de los oprimidos.
Es posible –no lo niego- que ante las fracturas del destino, las trampas de la “igualdad”,el derrumbe de los mitos contemporáneos, así como de la ausencia de partidos con una mística de valores que no sea anquilosar de manera aberrante la voluntad general del pueblo, que entrado el siglo XXI sea necesario un proceso revolucionario que impulse y fortalezca la rebeldía de los oprimidos.
La nación dominicana padece un mal endémico que ciclo tras ciclo trae un retroceso institucional, divergencias entre los distintos sectores de la vida nacional, resquebrajamiento de los derechos de ciudadanía y choques entre fuerzas mediáticas del sistema: la desigualdad basada en los resortes del autoritarismo, la megalomanía de sus gobernantes, y un exceso de indolencia ante los excluidos económicamente.
La incipiente democracia dominicana que pretendía surgir en mayo de 1961, que procuró nacer el 20 de diciembre de 1962, y sustentarse posteriormente en la Constitución de 1963 de Juan Bosch -al parecer- ha padecido constantemente del síndrome de la historia rota (y no han sidosuficientes los baños de sangre que ha costado alcanzar la añorada libertad) por los excesos de los gobiernos de turno.
La incipiente democracia dominicana que pretendía surgir en mayo de 1961, que procuró nacer el 20 de diciembre de 1962, y sustentarse posteriormente en la Constitución de 1963 de Juan Bosch -al parecer- ha padecido constantemente del síndrome de la historia rota (y no han sidosuficientes los baños de sangre que ha costado alcanzar la añorada libertad) por los excesos de los gobiernos de turno.
Hay quienes piden una nueva definición ideológica y política del presente, oponiéndolo al pasado el presente, un nuevo pensamiento en torno a la gobernabilidad, una re-ingeniería del modelo partidista, un viraje hacia la izquierda democrática, y echar a un lado la piel dictatorial de los políticos del sistema cuando se niegan a la rendición de cuentas y al escrutinio de la conciencia ciudadana.
La igualdad de oportunidades, en la República Dominicana, cada día de ser un mito pasa a ser una utopía, la cual muchos observan como simples pronunciamientos estériles. Me pregunto: si la población joven que protesta tiene como agenda, además de la demanda de la oportunidad de educarse, de la demanda de no padecer precariedades económicas ni angustias existenciales, tiene –reitero- como agenda la demanda de la oportunidad de pensar. Estas son mis interrogantes del presente, ya que se han escrito múltiples informes y estudios de recetas para la igualdad.
No obstante, observemos que las protestas aparentan existir en medio de una pluralidad de ideología y de ideas, y que trascienden -mediáticamente- a través de las fronteras virtuales, y reina un clima de disconformidad política, que se percibe un deterioro del Estado, por lo cual continuará el descontento social, la agitación estudiantil, una atmosfera de tensión política, reclamos de democracia participativa, manifestaciones callejeras, reivindicaciones salariales, huelgas, la vida cotidiana trastornada por movimientos de los cuales se desconoce su base social, que pueden ser cada día más agresivos; perturbaciones del orden, o bien la derrota de la hegemonía de un partido único, una ola de censura a la prensa y su posterior intento de amordazamiento, la búsqueda de no permitir que se abran las compuertas del disenso, la apropiación de las calles, el clamor nacional del cese de las injusticias y la corrupción, y acusaciones de subversión y sedición, que traerá como corolario –y esperemos que no ocurra- la violencia institucional, la violencia de los aparatos represivos.
Pero quizás, cuando se dé la orden (precipitadamente) de usar la violencia institucional, las compuertas estarán abiertas, y no dudo que ninguno de esos jóvenes prefiera la inmolación (ser héroe a destiempo) a sucumbir en sus propósitos. No obstante, debo decir que esa juventud es una juventud inmadura políticamente, por lo cual hay que cuidarla para que no sea víctima de gatillos, de avalanchas de balas, ni persecuciones, ni mucho menos derramamiento de sangre, aun cuando se sienta reprimida en el reclamo de sus derechos, que ha asumido para sí el clamor nacional.
No obstante, observemos que las protestas aparentan existir en medio de una pluralidad de ideología y de ideas, y que trascienden -mediáticamente- a través de las fronteras virtuales, y reina un clima de disconformidad política, que se percibe un deterioro del Estado, por lo cual continuará el descontento social, la agitación estudiantil, una atmosfera de tensión política, reclamos de democracia participativa, manifestaciones callejeras, reivindicaciones salariales, huelgas, la vida cotidiana trastornada por movimientos de los cuales se desconoce su base social, que pueden ser cada día más agresivos; perturbaciones del orden, o bien la derrota de la hegemonía de un partido único, una ola de censura a la prensa y su posterior intento de amordazamiento, la búsqueda de no permitir que se abran las compuertas del disenso, la apropiación de las calles, el clamor nacional del cese de las injusticias y la corrupción, y acusaciones de subversión y sedición, que traerá como corolario –y esperemos que no ocurra- la violencia institucional, la violencia de los aparatos represivos.
Pero quizás, cuando se dé la orden (precipitadamente) de usar la violencia institucional, las compuertas estarán abiertas, y no dudo que ninguno de esos jóvenes prefiera la inmolación (ser héroe a destiempo) a sucumbir en sus propósitos. No obstante, debo decir que esa juventud es una juventud inmadura políticamente, por lo cual hay que cuidarla para que no sea víctima de gatillos, de avalanchas de balas, ni persecuciones, ni mucho menos derramamiento de sangre, aun cuando se sienta reprimida en el reclamo de sus derechos, que ha asumido para sí el clamor nacional.
La manera en que se desenvuelven algunas de las protestas –no todas-, nos conduce a creer que desde resortes oscuros, hay una mano invisible que mueve la cuna de los inocentes; sin embargo, pido a todos que no se inaugure una época de odio entre nosotros, porque si sucede, si se auspicia y propicia (y eso es un camino peligroso, quizás sin retorno) el Estado, la nación, puede sucumbir inducido por la ceguera de los reaccionarios, que buscan hacer un mal uso del signo de la resistencia, de la indignación pura colectiva, empujando a que el pueblo tenga una “primavera”atrofiada a causa del repugnante odio de y entre las clases (las clases económicamente activas y las clases políticas y/o gobernantes).
Ha sido una demanda apremiante el cambio de modelo económico y la distribución de las riquezas, romper con la moribunda y vieja tradición del latifundio. No obstante, luce que el gobierno no tiene entusiasmo integracionista con los sectores de clases medias que reclaman la protección de sus derechos, y no revela que le teme a una oligarquía, en su defensa a ultranza de la “libre empresa” y de sus privilegios, lo cual conduce a incógnitas sobre el futuro, a sacrificios no deseados.
El sacrosanto principio de la democracia en medio de un régimen de contradicciones, tribulaciones y sollozantes pérdida de apoyo, puede perecer, está a punto de perecer. El panorama democrático de nuestro país no se puede oscurecer más. No estamos ante simples “cabezas calientes”, estamos ante jóvenes llenos de anhelos, de demandas, de preguntas, de acción, que no son extremistas, ni terroristas urbanos, pero que no gozan de la simpatía del Estado, y ellos desbordan las calles, los barrios, las plazas, la universidad, y frente a ellos el posible tremendismo popular de las masas, el movimiento escalado de protestas, y delante de sí –no lo niego- está un preocupante cuadro de desbordamiento de la indignación.
Ha sido una demanda apremiante el cambio de modelo económico y la distribución de las riquezas, romper con la moribunda y vieja tradición del latifundio. No obstante, luce que el gobierno no tiene entusiasmo integracionista con los sectores de clases medias que reclaman la protección de sus derechos, y no revela que le teme a una oligarquía, en su defensa a ultranza de la “libre empresa” y de sus privilegios, lo cual conduce a incógnitas sobre el futuro, a sacrificios no deseados.
El sacrosanto principio de la democracia en medio de un régimen de contradicciones, tribulaciones y sollozantes pérdida de apoyo, puede perecer, está a punto de perecer. El panorama democrático de nuestro país no se puede oscurecer más. No estamos ante simples “cabezas calientes”, estamos ante jóvenes llenos de anhelos, de demandas, de preguntas, de acción, que no son extremistas, ni terroristas urbanos, pero que no gozan de la simpatía del Estado, y ellos desbordan las calles, los barrios, las plazas, la universidad, y frente a ellos el posible tremendismo popular de las masas, el movimiento escalado de protestas, y delante de sí –no lo niego- está un preocupante cuadro de desbordamiento de la indignación.
La encrucijada actual que tiene el gobierno y el partido gobernante (en esta era digital y subliminal de la comunicación) es cómo se ha masificado al instante, en segundos, el uso de la tecnología a través de las redes, por jóvenes educados, no por analfabetos, para hacerse sentir y escuchar por el mundo para llevar a cabo sus denuncias y reclamos. El Estado considera que la violencia se puede combatir con la eliminación del analfabetismo y cambios profundos en los métodos de enseñanza. Sin embargo, la institución educativa estatal ha colapsado; las promesas de recursos financieros impide que la transmisión de conocimientos y su aprendizaje sean óptimos; la magnitud de esta carencia mantiene el empobrecimiento del pueblo y su capacidad de autogestión individual.
Los recursos humanos disponibles -que viven diariamente la carestía de igualdad de oportunidades- han ido creando una brecha de clase y disminuyendo el flujo intelectual para aportar sus conocimientos a la problemática nacional; las capacidades y actitudes de los dominicanos no han podido armonizarse, ya que históricamente en el campo de la educación los gobiernos siempre han sido descuidados.
Es así como nuestra historia nacional es una historia rota, puesto que el relevo generacional de 1996 trajo esperanzas, ansias renovadoras, un renacer de cambios sociales profundos esperados; se notaba una renovación de energías, y se esperaba una práctica gubernamental que no fuera estéril sino con planes sistemáticos para que la nación obtuviera bienestar y desarrollo.
Entonces el optimismo ocupaba un gran espacio en el corazón de los dominicanos; los círculos intelectuales, la intelligentsiadel país y la sociedad civil habían interpretado el cambio operado de gobierno como el inicio de una opción liberal, no dentro de un espíritu de continuismo de la derecha tradicional.
Se pensaba en la planificación creadora; el terreno era propicio y fértil. Las tareas pendientes esperaban; tenía el pueblo dominicano un itinerario que cumplir: fortalecer el legado de Bosch, sacar al pueblo de la miseria, del desempleo, de la violencia, del lacerar por décadas a los débiles, y de aciagos problemas sociales.
Hoy, en el 2012, la historia continua rota con una larga lista roja de desesperanzas, de desigualdades económicas, sociales, políticas, culturales, ambientales, en fin, de la condición humana. La sociedad esta fracturada. La desigualdad nos divide cada día más.
Los recursos humanos disponibles -que viven diariamente la carestía de igualdad de oportunidades- han ido creando una brecha de clase y disminuyendo el flujo intelectual para aportar sus conocimientos a la problemática nacional; las capacidades y actitudes de los dominicanos no han podido armonizarse, ya que históricamente en el campo de la educación los gobiernos siempre han sido descuidados.
Es así como nuestra historia nacional es una historia rota, puesto que el relevo generacional de 1996 trajo esperanzas, ansias renovadoras, un renacer de cambios sociales profundos esperados; se notaba una renovación de energías, y se esperaba una práctica gubernamental que no fuera estéril sino con planes sistemáticos para que la nación obtuviera bienestar y desarrollo.
Entonces el optimismo ocupaba un gran espacio en el corazón de los dominicanos; los círculos intelectuales, la intelligentsiadel país y la sociedad civil habían interpretado el cambio operado de gobierno como el inicio de una opción liberal, no dentro de un espíritu de continuismo de la derecha tradicional.
Se pensaba en la planificación creadora; el terreno era propicio y fértil. Las tareas pendientes esperaban; tenía el pueblo dominicano un itinerario que cumplir: fortalecer el legado de Bosch, sacar al pueblo de la miseria, del desempleo, de la violencia, del lacerar por décadas a los débiles, y de aciagos problemas sociales.
Hoy, en el 2012, la historia continua rota con una larga lista roja de desesperanzas, de desigualdades económicas, sociales, políticas, culturales, ambientales, en fin, de la condición humana. La sociedad esta fracturada. La desigualdad nos divide cada día más.
Perseguidos por el índice de la Historia
Ylonka Nacidit Perdomo
Ylonka Nacidit Perdomo
La vida como la muerte es una especie de arresto, de un alto, pero en planos diferentes; la vida es un archipiélago de hechos, la muerte es una isla desolada y helada donde el ser otrora viviente enmudece, y solo guarda silencio, porque después no se oye en todo el universo ni siquiera su susurro.
La sociedad “civil” y la base social de las protestas tienen hoy delante de sí una tarea, una batalla, una guerra mediática: acusar a los servidores públicos señalados –desde distintas esferas, grupos, asociaciones, etc.- como autores de actos delictuales, en fin, a todos aquellos que empiezan a padecer el síndrome de sentirse perseguidos por el índice de la Historia, y ante lo cual no tienen argumento creíble para su defensa.
¿Es un complot o una conspiración? ¿Una mayoría activa, muy activa en toda la República, lo asume como un ejercicio político abierto de sus derechos de manera desafiante? Es la indignación, la cólera, el hastío hecho protesta desbordada.
Ningún Estado de derecho puede desnudar a la muerte a través de la perdida de la vida de inocentes ni a la Historia de manera sucia, dándole golpes a la conciencia. Ahora existen conjurados juveniles que no quieren una infamia vida, por lo cual se puede afirmar que sí existe una militancia de base social convertida en mayoría, que ya va conociendo el número de víctimas que les traerá la represión.
Algunos –y no deseo, ¡por Dios!, que suceda- van a morir a manos de los castigadores uniformados, de la violencia institucional; van a morir sin hablar en vida, y otros que no pueden ser puestos a hablar después de la muerte, se quedarán sin memoria; y los vivos van a procurar tener una sola obligación con los muertos, si estos son sus parientes: su única obligación será preservar su dignidad y la manera en que humanamente le evitaron angustia y dolor, por lo cual están obligados doblemente: con los que viven y con los que mueren.
Hoy todos los que protestan son ciudadanos “reclusos” del Estado, refugiados a lo largo y ancho del país en las calles tomadas con un desafío que se extiende sin temer ser vigilados de cerca, y puestos a raya.
La sociedad “civil” y la base social de las protestas tienen hoy delante de sí una tarea, una batalla, una guerra mediática: acusar a los servidores públicos señalados –desde distintas esferas, grupos, asociaciones, etc.- como autores de actos delictuales, en fin, a todos aquellos que empiezan a padecer el síndrome de sentirse perseguidos por el índice de la Historia, y ante lo cual no tienen argumento creíble para su defensa.
¿Es un complot o una conspiración? ¿Una mayoría activa, muy activa en toda la República, lo asume como un ejercicio político abierto de sus derechos de manera desafiante? Es la indignación, la cólera, el hastío hecho protesta desbordada.
Ningún Estado de derecho puede desnudar a la muerte a través de la perdida de la vida de inocentes ni a la Historia de manera sucia, dándole golpes a la conciencia. Ahora existen conjurados juveniles que no quieren una infamia vida, por lo cual se puede afirmar que sí existe una militancia de base social convertida en mayoría, que ya va conociendo el número de víctimas que les traerá la represión.
Algunos –y no deseo, ¡por Dios!, que suceda- van a morir a manos de los castigadores uniformados, de la violencia institucional; van a morir sin hablar en vida, y otros que no pueden ser puestos a hablar después de la muerte, se quedarán sin memoria; y los vivos van a procurar tener una sola obligación con los muertos, si estos son sus parientes: su única obligación será preservar su dignidad y la manera en que humanamente le evitaron angustia y dolor, por lo cual están obligados doblemente: con los que viven y con los que mueren.
Hoy todos los que protestan son ciudadanos “reclusos” del Estado, refugiados a lo largo y ancho del país en las calles tomadas con un desafío que se extiende sin temer ser vigilados de cerca, y puestos a raya.
Para escribir con veracidad la Historia no es necesario maldecir en público ni tener sobrada razón para aniquilar a las injusticas, ni destruir la paz o el bienestar de armonía. No puede hacerse del presente una pesadilla de la cual se pueda avergonzar luego. ¿Hay que purgar políticamente qué?
Muchos pueden amar este mundo deforme, y sentirse afortunados al conocer que a través de las experiencias que trae la Historia, al re-leer los capítulos de las injurias, de las desgarradoras mentiras y de las ignominias, así como la historia deformada, los dominicanos por amar la libertad con pasión pudieron vencer a los tiranos.
Por sentirse simplemente irreverente, o asumirse como rebelde, no se puede destruir el presente de manera nefasta, y esto lo queremos subrayar. Es posible que las máscaras de los infames ya hayan empezado a caer, al igual que la de los farsantes.
¿A quiénes se debe desenmascarar? ¿A oligarcas y grupos tradicionales mezquinos que aceptaron (en complicidad) el laisse faire de los políticos entre sí (de la derecha, de la izquierda, de la centro-derecha o “pseudos” llamados liberales), que se creyeron jurisperitos de la historia, y no son más que intolerantes con la dignidad, la igualdad, la justicia social y la verdad desnuda de la opresión y explotación miserable, y cuando no pueden ejercer (en contubernio) el poder político de manera “diáfana” (¿del pueblo y para el pueblo?), a través de las prebendas gananciosas se dedican, entre ellos, a rumorearse intrigas, órdenes superiores, revelar nombres de culpables, y de un sin número de sospechosos de participar o tener relación con lo que se le imputa, pasando luego a tergiversar las responsabilidades suyas con el antes y el ahora, y colocar al lector al corriente de un “rompecabezas” de oportunistas, de un drama amañado por los protegidos del sistema?
Hay que recordar, ahora, que a los políticos insectos (sin escrúpulos y sin conciencia) hay que echarlos a un lado, dejarlos que se pierdan en el fango, despreciar su presencia, por los propios y por los extraños.
Si se avanza con el llamado a la revuelta, esta es la disyuntiva que tenemos por delante: orden represivo, perturbación de la gobernanza, continuar acumulando amarguras en el corazón, desesperación, literalmente enloquecer por desilusión o impotencia, y creer que es suficiente para “ganar” la práctica de humillarse unos a otros y, empujar a otros a ser carceleros de los otros, que es en definitiva: convertirnos en carceleros de nuestro destino, o bien, por el contrario, preguntémonos si es políticamente correcto: ¿una amnistía histórica?
Yo no quiero la revuelta, pero tampoco puedo censurar la voluntad de un pueblo que se siente indignado, burlado en sus aspiraciones legítimas de una vida esperanzadora, que se resiente del debilitamiento de la institucionalidad y la democracia; un pueblo que persigue a los corrompidos y corrompedores; no obstante, no niego el dolor inmenso que llevo dentro al saber que los verdugos arrojan a la cara de los débiles el aliento de la muerte.
… ellos (los verdugos) serán los perseguidos por el índice de la Historia, con revuelta o sin revuelta, aunque se diga en voz baja o en voz alta.
Muchos pueden amar este mundo deforme, y sentirse afortunados al conocer que a través de las experiencias que trae la Historia, al re-leer los capítulos de las injurias, de las desgarradoras mentiras y de las ignominias, así como la historia deformada, los dominicanos por amar la libertad con pasión pudieron vencer a los tiranos.
Por sentirse simplemente irreverente, o asumirse como rebelde, no se puede destruir el presente de manera nefasta, y esto lo queremos subrayar. Es posible que las máscaras de los infames ya hayan empezado a caer, al igual que la de los farsantes.
¿A quiénes se debe desenmascarar? ¿A oligarcas y grupos tradicionales mezquinos que aceptaron (en complicidad) el laisse faire de los políticos entre sí (de la derecha, de la izquierda, de la centro-derecha o “pseudos” llamados liberales), que se creyeron jurisperitos de la historia, y no son más que intolerantes con la dignidad, la igualdad, la justicia social y la verdad desnuda de la opresión y explotación miserable, y cuando no pueden ejercer (en contubernio) el poder político de manera “diáfana” (¿del pueblo y para el pueblo?), a través de las prebendas gananciosas se dedican, entre ellos, a rumorearse intrigas, órdenes superiores, revelar nombres de culpables, y de un sin número de sospechosos de participar o tener relación con lo que se le imputa, pasando luego a tergiversar las responsabilidades suyas con el antes y el ahora, y colocar al lector al corriente de un “rompecabezas” de oportunistas, de un drama amañado por los protegidos del sistema?
Hay que recordar, ahora, que a los políticos insectos (sin escrúpulos y sin conciencia) hay que echarlos a un lado, dejarlos que se pierdan en el fango, despreciar su presencia, por los propios y por los extraños.
Si se avanza con el llamado a la revuelta, esta es la disyuntiva que tenemos por delante: orden represivo, perturbación de la gobernanza, continuar acumulando amarguras en el corazón, desesperación, literalmente enloquecer por desilusión o impotencia, y creer que es suficiente para “ganar” la práctica de humillarse unos a otros y, empujar a otros a ser carceleros de los otros, que es en definitiva: convertirnos en carceleros de nuestro destino, o bien, por el contrario, preguntémonos si es políticamente correcto: ¿una amnistía histórica?
Yo no quiero la revuelta, pero tampoco puedo censurar la voluntad de un pueblo que se siente indignado, burlado en sus aspiraciones legítimas de una vida esperanzadora, que se resiente del debilitamiento de la institucionalidad y la democracia; un pueblo que persigue a los corrompidos y corrompedores; no obstante, no niego el dolor inmenso que llevo dentro al saber que los verdugos arrojan a la cara de los débiles el aliento de la muerte.
… ellos (los verdugos) serán los perseguidos por el índice de la Historia, con revuelta o sin revuelta, aunque se diga en voz baja o en voz alta.
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